martes, 6 de julio de 2010

Escúchame




A nadie le importa ya lo que me suceda, ella se ha marchado, esta vez sé que no volverá, su cuerpo se encontró descanso en los cortes de una cuchilla.
Ahora de verdad estoy solo, el silencio en casa es enloquecedor, necesito caminar solo, alejarme un poco de todo lo que la tienen aún impregnada, las paredes todavía encierran su voz y el espejo se niega a borrar su reflejo.
Nadie jamás sabrá lo que paso, ni siquiera yo. Cierro la puerta con llave, tengo que sacar este dolor, ver como es el mundo sin ella. Camino por las calles en las cuales jamás reparé, pequeñas risas de niños me rodean, sus ojitos se detienen en mi por un segundo, pero luego se van corriendo, no seré nada en sus vidas, para ella lo fui todo, pero ya no esta.
Sigo caminando sin rumbo, sin pensar en un destino, solo dejo que me guíe el instinto, tal vez ella camina a mi lado y la brisa que baña mi nuca es su respiración, su caricia. Hace frío, pero poco me importa, ya a nadie le importa si me agarro un resfrío, estoy solo y esa es mi triste verdad.
El ruido de un río a lo lejos, nunca pensé que estas calles perdidas me llevarían hasta acá, el río suena tan triste como su voz en la última llamada, ella quería hablar de cosas triviales, mas yo no tenía tiempo, le dije que hablaríamos cuando llegara a casa, y ella respondió…

“Esta soledad a la que me sometes me esta matando…”

Le pedí que no fuera dramática y que hablaríamos en casa. Seguí trabajando como una vil maquina y cuando llegue a casa ya no había de que hablar, no había quien me escuchara, solo un cuerpo sin vida tirado sobre la cama con el teléfono al lado, ella ya no estaba para hablar de cosas triviales…
Y ahora, en medio de la ciudad mientras comienza a oscurecer, escucho su voz en el tintineo del Mapocho, la sigo hasta llegar a un puente, la escucho decir…

“No me dejes, aún quiero hablar… hablarte…”

Comienzo a llorar como un loco, la soledad a mi también me esta matando, me siento en la orilla del puente como uno más de los tantos sin casa que deambulan por este sector, enciendo un cigarro entre sollozos mientras la sigo escuchando.
La noche ya cubre todo, las luces de los autos me encandilan, me levanto y miro al Mapocho…

“No me dejes…”

Me dice ella nuevamente, veo su rostro en las aguas turbias, a nadie le importa…
Me lanzo al agua y siento que ella me recibe, me abraza y nos hundimos juntos, el agua nos lleva…
Ya a nadie le importa…

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