domingo, 29 de noviembre de 2009

La Bella Diana





Su nombre era Diana, perdida en su soledad infinita, en sus drogas y su locura.
Tenía aspecto frágil y carácter de fiera, disfrutaba de las fiestas, pero no de las compañías.
Cuando ella entraba en algún lugar, todo el mundo giraba para verla, era hermosa, altanera, era un espectro que las personas rogaban ver en sus vidas, ojala en sus camas. Diana arrasaba con hombres y mujeres, no hacía distinción alguna para saciar su propio placer, para ella la vida era un juego, una carrera, algo solo pasajero. Su mayor pasión era ser deseada por todos, cosa que lograba sin mayor esfuerzo.
La hermosa Diana, adicta a las fiestas, a las drogas y al sexo, disfrutaba a sus amantes durante toda una noche para luego desecharlos como copas vacías, y en realidad eso eran para ella, después de absorber todo su frenesí, Diana no sabía para qué más le podían servir.
Los observaba un momento, aquellos cuerpos exhaustos, sudorosos, regocijados y somnolientos, comprobaba que nadie era tan hermoso como ella, eso la asqueaba, la enfermaba y la llenaba de ira, se daba un baño y luego desaparecía para seguir con su solitaria búsqueda de placer, de alguna victima digna de morir entre sus piernas largas y perfectas.
Un día, en una de esas tantas fiestas, Diana ya estaba cansada, todos a su alrededor le parecían inferiores, trataba de pasar el mal rato intoxicando su sangre con licores varios y su nariz con polvo de estrellas… de pronto, de pie en el umbral de la puerta, se lazaba como un espectro una figura viril, el más hermoso de todos los demonios. Era un hombre joven, lleno de clase, alto, una piel tal vez tan pálida como la de Diana, su cabello hasta los hombros negro como la noche seductora y lujuriosa, llevaba traje negro de algún diseñador sagrado, en una mano sostenía una copa y en la otra un cigarrillo que llevaba con firmes movimientos  a su boca, el cuadro era seductor, sumamente tentador, quizás tanto como el vestido escarlata de Diana que dejaba sus hombros al descubierto y su pelo rojo, cayendo en ardientes rizos. Diana se sintió feliz… “El rojo y el negro combinan”…
Diana tomo uno de sus cigarrillos y se acerco a aquel adonis para pedir fuego, este sonrío complacido, pues él también había notado a Diana y pensó de igual manera: “El rojo y el negro combinan”.
Hablaron un rato y luego desaparecieron. Él llevo a Diana a su casa, era un lugar lujoso y con clase, las dos cosas que Diana más amaba, si es que en realidad amaba algo más que solo a ella.
La pasión comenzó a hacerse presente a paso firme, la alfombra de la sala fue el mudo testigo de los gemidos, orgasmos, gritos y estremecimientos. Al recuperarse del último y excelso orgasmo, Diana sonrío levemente, fue una sonrisa que daba escalofríos, se inclino un poco sobre él, lo beso y susurro inofensivamente en su oído: “Nadie puede ser más hermoso que yo, lo siento”. Y como una fiera comenzó a estrangularlo, flamante resistía y sin darse cuenta, Diana comenzó a morderlo hasta sacar trozos de piel, lo mordía, lo arañaba, lo golpeaba y lo estrangulaba una y otra vez, el hermoso hombre se rindió inconciente. Diana comenzó a beber su sangre directo de las heridas, lamia cual animal sediento, su cuerpo se iba bañando lentamente del escarlata elixir que brotaba de su victima, él estaba apunto de morir, ella solo se sentó en la alfombra frente a él, languidecida, encendió un cigarrillo, admiraba como agonizaba y se regocijaba en su dolor, Diana era feliz.
Al pasar el tiempo la gente que veía a Diana no lograba entender como era posible que se viera aún más bella que antes, ahora tenia un brillo especial, una mirada diferente, aún más segura que la antigua.
Y bueno, ahora que pienso y junto todo lo que sé de Diana, la observo directo a los ojos, para mi es la misma mirada de la joven que conocí antaño, inocente, asustada, pero con ganas de ver el mundo.
Mi pequeña Diana, se acerca, me mira y se sonríe traviesa, sigue de largo y se mueve por el salón como una antigua reina egipcia en su apretado vestido rojo, saca un cigarrillo y me mira por el rabillo del ojo como indicándome su próxima travesura, sea cerca a una herma joven vestida de negro, sus miradas se encienden, la hoguera comienza a arder…
Yo me sonrío y pienso: “El rojo y el negro… combinan”…

1 comentarios:

Anonymous Anónimo ha dicho...

conozci a una Diana Pero Murio de Sida alguien mas hermoso que ella le hacia compañia.....
excelente tu trabajo muy buena narrativa llevas a los lectores al ambiente en que se desarrolla tu historia
Me encanta....

24 de abril de 2010, 15:21  

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